El asesino de Gaitán

Juan  Roa  Sierra,  un  aprendiz  de  conducción  y  albañil  de  profesión,  fue  el  hombre  que  a  la  una  y cuarto de la tarde del viernes 9 de abril de 1948, disparó cuatro veces contra Jorge Eliécer Gaitán, mientras  el  jefe  del  partido  Liberal  y  cuatro  amigos  más  salían  del  Edificio  Agustín  Nieto  de  la carrera 7ª, donde quedaba la oficina del líder liberal.

Juan  Roa  Sierra  nunca  imaginó  que  los  tres  disparos  que  le  quitaron  la  vida  a  Gaitán  se  fueran  a  multiplicar  por  tantos.  Pocos  minutos  después  de  las  cuatro  detonaciones  de  Roa  contra  el Candidato  liberal,  en  Bogotá  y  el  resto  de  Colombia,  se  desataba  la  balacera  más  grande  de  la historia  de  este  país. Fue  el  propio  Roa,  la  primera  víctima  del  magnicidio  protagonizado  por  él.

“No me deje matar, mi cabo”, suplicaba Roa al policía que lo detuvo cuando  ponía  pies  en polvorosa en la carrera 7ª, instantes después de haber hecho los disparos.
Mientras Gaitán agonizaba en la Clínica Central de la calle 12, Roa vivía minutos de pánico al tratar de  escapar  de  la  gente  que  lo  quería  linchar.  Buscaba  desesperadamente  refugiarse    en  algún lugar. Pensó en la Droguería Granada, pero  un lustrabotas que apareció en el momento le dio un violento  “cajonazo”  que  lo  mandó  al  suelo,  y  a  puntapiés  de  inmediato  la  turba  enloquecida  lo levantó a golpes, arrastrándolo varias cuadras sin dirección alguna, dejando su cabeza desfigurada y sus ropas hechas trisas.

El dragoneante de la policía Carlos Jiménez, quien lo había puesto a buen recaudo  hacía  algunos  minutos  al  quitarle  el  revólver  38  largo  que  aún  humeaba  con  una  bala dentro, no tuvo otra opción que correr a dar parte de lo que estaba sucediendo.

El  cuerpo  desnudo  y  destrozado  de  Roa  finalmente  quedó  tirado  frente  al  Palacio  Presidencial, donde  permaneció  por  dos  días;  tiempo  en  que  todo  aquel  que    entraba  a  Palacio  tenía  que tranquearlo. De su cuello colgaba una corbata azul a rayas rojas, la única prenda de vestir que le había quedado, después que cientos de linchantes  anónimos lo llevaron a punta de pata y golpes por calles y plazas la fatídica tarde del viernes 9 de abril.  

El intenso tiroteo de esos días no permitió que los funcionarios del Juzgado Permanente pudieran retirar  el  cadáver,  a  pesar  de  que  ya  habían  hecho  las  diligencias  del  levantamiento.  Dos  días después el ejército pudo recogerlo y llevarlo al Cementerio Central.

Confundido en un montón de despojos humanos fue dejado allí, después de que el Cuerpo de Investigación amputara sus manos para establecer su identidad.
Si no hubiera sido por el periodista  Felipe González Toledo, el nombre de Juan Roa Sierra nunca se hubiera asociado a la muerte de Gaitán. Gracias al cronista la cédula de Roa fue recuperada y así se  pudieron  obtener  las  primeras  pistas  del  asesino.

Fue  el  doctor  Jorge  Cavelier  el  primero  en reconocer a Roa, después de haber visto publicado su retrato en los periódicos. El galeno le había practicado  una  apendicectomía  años  antes  cuando  ejercía  en  el  Hospital  de  La  Samaritana.  La confrontación  dactilográfica  así  lo  ratificó.  La  huella  dactilar  del  dedo  que  accionó  el  gatillo  del revólver 38 con el que Roa disparó a la una y quince minutos de la tarde del viernes 9 de abril de 1948 a Jorge Eliécer Gaitán, era la misma que aparecía en su cédula de ciudadanía. 

Fuente: El Universal
Imagen tomada de: El Tiempo